Amanda Fdez Bartolomé
Me recuerdo “ser en la música” desde mi más tierna infancia, abrazada al tocadiscos de mis padres escuchando a Coltrane o a Victor Jara y pidiendo ir a aprender a tocar el piano a los 7 años.
Soñaba con ser la primera directora de orquesta mujer mientras cerraba los ojos escuchando el Stabat Mater de Pergolessi.
Cantaba, pero sólo para hacer reír a mi hermana pequeña y como salvación inconsciente.
Estudié mucho y me enfoqué rápido hacia la música dentro del sistema oficial, pero el Conservatorio era un lugar hostil que fue cercenando mi creatividad y al llegar a la Universidad para estudiar Historia del Arte y Musicología abandoné el piano y me enfadé con el sistema educativo musical, y entonces descubrí que el canto y la voz me brindaban las alas en libertad creativa que necesitaba.
Siento que la música es un lugar privilegiado en el que me he sentido siempre a salvo y que además puedo decir sin pudor que me ha salvado la vida varias veces.
Descubrí que mi voz me ayudaba a plasmar lo que mi corazón susurraba, y así empecé a cantar en el Coro de Música Antigua de la facultad para pasar después por diversos estilos como afro, jazz, dixieland, boleros y canción de autor. Me sentía viva.
Al encontrarme muy joven con la docencia en centros públicos como profesora de secundaria en Música, me di cuenta de que hacían falta otras herramientas y me puse en búsqueda de nuevas herramientas, y además sentía que mi facilidad para comunicarme podía ser útil para enseñar la música desde un lugar más amable, lejos de la agresividad que yo había vivido.
El encuentro con la maternidad dió un nuevo giro a mi modo de concebir la educación y la vida en general y comencé a buscar pedagogías alternativas que me acercaran a un modo más holístico de educar, sobre todo para poder entender en qué momento el sistema educativo arrasa la natural pasión por aprender con la que la infancia viene al mundo.
Tras las primeras crisis vitales me descubrí tenaz y en permanente búsqueda, sabiendo que mi propia creatividad es una de las herramientas más increíbles y maravillosa que poseo para el autoconocimiento y quizás por ese motivo me he ido formando en diversas áreas musicales, artísticas, terapéuticas y pedagógicas que me han ido encaminando hacia mi propio modo de crear y crearme.
He trabajado como profesora de Música en secundaria más de 20 años, en Formaciones para profesores de Arteterapia, Canto creativo y consciente, y lo que me sigue fascinando es observar el brillo en la mirada cuando nos descubrimos creando, inmersos en el propio arte de hacer música en plena libertad. Como cuando tan sólo era un juego…
Desde hace 4 años tomé el impulso de coliderar el grupo musical Magara junto a Kateleine van der Maas, en el que contar y cantar mis propias composiciones.
Siempre había escrito poemas, como un modo de acercar el cotidiano a la lírica, pero nunca me había atrevido a componer.
Es tras una baja por nódulos en las cuerdas que llega a mis manos un ukelele y al apoyarlo en el pecho y rasgarlo siento algo distinto, que me impone menos que el piano y empiezo a escribir mis canciones en las que expresar lo que siento y de algún modo hacer llegar un mensaje sanador al mundo.
Mi primer pensamiento fue “quiero escribir canciones que mi criaturas puedan cantar y escuchar”.
A día de hoy intercalo la docencia musical con la colaboración en diversas formaciones de pedagogía y arteterapia así como con la coordinación de algunos de los talleres y procesos personales propuestos en VoArte y al mismo tiempo con la composición e interpretación de mis propias canciones en mi nuevo proyecto personal, Amanda Tüz.
“Es Sencillo, es sólo Amor”